domingo, 10 de diciembre de 2017

Actividad para el 12 de diciembre

Actividad:
Realiza la lectura de los siguientes textos introductorios. Escribe un breve resumen de cada uno e inicia la redacción de tus propios textos.

Prólogo
Por Mario Vargas Llosa


La ciudad y los perros
     Comencé a escribir La ciudad y los perros en el otoño de 1958, en Madrid, en una tasca de Menéndez y Pelayo llamada El Jute, que miraba al parque del Retiro, y la terminé en el invierno de 1961, en una buhardilla de París. Para inventar su historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao; y, de adolescente, haber leído muchos libros de aventuras, creído en la tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, a todos, pero, más que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana.
     El manuscrito estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial hasta llegar, gracias a mi amigo el hispanista francés Claude Couffon, a las manos barcelonesas de Carlos Barral, que dirigía Seix Barral. Él lo hizo premiar con el Biblioteca Breve, conspiró para que la novela sorteara la censura franquista, la promovió y consiguió que se tradujera a muchas lenguas. Éste es el libro que más sorpresas me ha deparado y gracias al cual comencé a sentir que se hacía realidad el sueño que alentaba desde el pantalón corto: llegar a ser algún día escritor.— Fuschl, agosto de 1997.

El aleph, de Borges
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
De entre los muchos y muy memorables inicios que Borges escribió a lo largo de su vida, ¿es quizá el de El Aleph, el cuento, el más fantástico, en todos los sentidos de la expresión, legó? Es difícil decirlo, pero sí es seguro que se trata de uno de los más emblemáticos. Aquí, Borges se sumergiría de forma total en la fantasía, a lo largo de una serie de cuentos breves y apasionantes donde lo real chocaba con lo imaginado.


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