Actividad:
Realiza la lectura de los siguientes textos introductorios.
Escribe un breve resumen de cada uno e inicia la redacción de tus propios
textos.
Prólogo
Por Mario
Vargas Llosa
La ciudad y
los perros
Comencé a escribir La ciudad y los perros en el otoño de 1958, en Madrid, en una tasca de
Menéndez y Pelayo llamada El Jute, que miraba al parque del Retiro, y la
terminé en el invierno de 1961, en una buhardilla de París. Para inventar su
historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano
Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, miraflorino del
Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao; y, de adolescente, haber
leído muchos libros de aventuras, creído en la tesis de Sartre sobre la
literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites
a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, a todos, pero, más
que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera
novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana.
El manuscrito estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial hasta llegar, gracias a mi amigo el hispanista francés Claude Couffon, a las manos barcelonesas de Carlos Barral, que dirigía Seix Barral. Él lo hizo premiar con el Biblioteca Breve, conspiró para que la novela sorteara la censura franquista, la promovió y consiguió que se tradujera a muchas lenguas. Éste es el libro que más sorpresas me ha deparado y gracias al cual comencé a sentir que se hacía realidad el sueño que alentaba desde el pantalón corto: llegar a ser algún día escritor. Fuschl, agosto de 1997.
El manuscrito estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial hasta llegar, gracias a mi amigo el hispanista francés Claude Couffon, a las manos barcelonesas de Carlos Barral, que dirigía Seix Barral. Él lo hizo premiar con el Biblioteca Breve, conspiró para que la novela sorteara la censura franquista, la promovió y consiguió que se tradujera a muchas lenguas. Éste es el libro que más sorpresas me ha deparado y gracias al cual comencé a sentir que se hacía realidad el sueño que alentaba desde el pantalón corto: llegar a ser algún día escritor. Fuschl, agosto de 1997.
El aleph, de Borges
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de
una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni
al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían
renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues
comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese
cambio era el primero de una serie infinita.
De entre los muchos y muy memorables inicios que
Borges escribió a lo largo de su vida, ¿es quizá el de El Aleph, el cuento, el más fantástico, en
todos los sentidos de la expresión, legó? Es difícil decirlo, pero sí es seguro
que se trata de uno de los más emblemáticos. Aquí, Borges se sumergiría de
forma total en la fantasía, a lo largo de una serie de cuentos breves y
apasionantes donde lo real chocaba con lo imaginado.